El médico alemán Ernst Grafenberg fue el primero quien en los años 50 sugirió la existencia de “una área erótica de 1-2 cm en el interior de la vagina que inducía orgasmos por estimulación mecánica directa”. Sus hipótesis pasaron desapercibidas hasta 1982 cuando tras varios estudios la sexóloga Beverly Whipple publicó con su colaborador John Perry el best seller “El punto-G y otros descubrimientos sobre la sexualidad humana”.
Desde entonces la ciencia occidental (en la India ya hacía siglos que hablaban de zonas más sensibles en el interior de los genitales femeninos) empezó a buscar qué podía haber en esa parte frontal de la vagina que ofreciera un placer más intenso.
Primero hicieron análisis anatómicos para ver si encontraban alguna especie de órgano o estructura interna específica que pudiera ser el punto-G. Pero no descubrieron nada.
Luego con estudios histológicos analizaron si esa área de la pared vaginal tenía más concentración de terminaciones nerviosas que pudieran ser responsables de la mayor sensibilidad. Tampoco.
Posteriormente algunos autores sugirieron que las glándulas de Skene (glándulas situadas cerca de la uretra de origen común con la próstata masculina e involucradas en la eyaculación femenina), podrían ser contactadas presionando desde el interior de la vagina y ser las causantes del placer. Pero estudios fisiológicos lo descartaron entre otras cosas por no tener suficientes receptores sensitivos.
Tal fue el fracaso el la búsqueda anatómica del punto-G, que algunos científicos empezaron a declarar que el punto-G era “un mito de la ginecología moderna” (Hines TM, 2001).
La ciencia iba un poco perdida, hasta que en 2009 la francesa Odile Buisson publicó una hipótesis realmente interesante: el punto-G no era más que una zona de la vagina desde donde contactar indirectamente con el clítoris interno.
* No existe ningún Punto G.Puedes respirar tranquila si aún no la habías localizado.
Estudios científicos del el MIT.
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