El sexo, como cualquier otra actividad, como el canto, cocinar, es algo a lo que hay que entregárselo de manera espontánea. Nadie nace sabiendo hacer sexo. Cualquier persona puede tornarse un amante de cero a 10. Amantes audaces en descubrir los límites de su capacidad de disfrutar e invitar a su pareja a vivenciar caminos de humedad.
No es fácil encajarse sexualmente con una persona. Encajarse sexualmente es darse y permitir que tu idiosincrasia emocional y erótica baile en solo ritmo con el otro.
Cualquier persona, que apegarse con rigidez a una solo técnica sexual estará en cadena agobiante.
En la cama, en el sillón, en la cocina, en el baño, en la playa, en el cementerio, en el monte la práctica sexual es como un juego, sin reparos, sin vergüenza, con entrega, dónde ambos si desnudan de todas las etiquetas y diplomas. Es la esencia que se derrama. El cuerpo que revela que está vivo y clama por tus formas y caminos. Un camino de intimidad abierta, expuesta, sin miedo.
El sexo conectado implica en individualizarse para el otro. Darse a conocerse.
Supone una constante atención a lo que siente tu pareja. La ternura manifestada en tocarse un al otro, donde la piel produce una canción intensa. Aquí no hay ningún criterio para la reciprocidad.
La exigencia es la divinidad de la lujuria, haciendo dos seres humanos desnudos de cuerpo y el alma. Una canción bucal manifestada en un beso genital . Una satisfacción en grado único, al humor y posición del momento.
Por Claudia Carvalho
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