Libertad y deseo son conceptos que muchas veces se confunden. Vivimos en una sociedad que nos anima a buscar el placer sin restricciones, como si la verdadera libertad radicara en ceder a cada impulso. ¿Pero ceder siempre al deseo es realmente libre? ¿O al ceder repetidamente nos convertimos en rehenes de nuestros propios instintos?
El deseo es poderoso, innegable y forma parte de quienes somos. Nos mueve, nos despierta y nos conecta con nuestro cuerpo y nuestros deseos más profundos. Pero existe una delgada línea entre disfrutar del deseo y ser controlado por él. El impulso puede ser seductor, pero cuando se convierte en una necesidad constante, perdemos el poder de elección y nos volvemos prisioneros de nuestros propios impulsos.
La libertad implica tener el control sobre nuestras acciones y decisiones, incluso cuando se trata de nuestros deseos más profundos.
Es importante recordar que el deseo no define nuestra valía como personas. No debemos permitir que los impulsos nos dominen y nos hagan perder de vista nuestros valores y metas. La verdadera libertad radica en ser conscientes de nuestras necesidades y deseos, pero también en tener la capacidad de resistir la tentación cuando sabemos que no nos llevará por el camino correcto.
En resumen, la libertad y el deseo son conceptos distintos. La libertad implica tener el poder de elección y la capacidad de resistir la tentación cuando es necesario. No debemos permitir que nuestros deseos nos controlen y nos conviertan en prisioneros de nosotros mismos. La verdadera libertad radica en saber cuándo rendirse y cuándo no rendirse, en tener el control sobre nuestras acciones y decisiones, incluso cuando se trata de nuestros deseos más profundos.
Texto: Lorena M.
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