Lo que Nos Sigue Temblando
- Claudia Carvalho
- hace 7 días
- 2 Min. de lectura
En una relación a largo plazo, donde suele predominar la rutina, los acuerdos y la estabilidad, ese deseo que “responde a una vibración interna” no desaparece, pero cambia de forma. Y a veces, se duerme si no se alimenta. Así podría funcionar:
1. El deseo no se garantiza, se cultiva
No basta con amar a alguien o compartir una vida. El deseo necesita misterio, alteridad, algo de lo que no se puede poseer por completo. En lo cotidiano, eso implica permitir que el otro siga siendo un enigma: no del todo previsible, no del todo controlado.
2. Espacio entre cuerpos y tiempos
El deseo interno necesita distancia simbólica: no estar todo el tiempo disponibles, no confundir intimidad con fusión. Respetar la individualidad, los silencios, las pasiones propias. A veces el deseo vuelve cuando dejamos de exigirlo y damos espacio para extrañarse.
3. Erotismo no rutinario
Una relación larga no tiene por qué perder erotismo, pero sí necesita romper con lo automático. Pequeños gestos, palabras nuevas, cambios de roles, miradas inesperadas. El deseo se reactiva cuando se vuelve a “vibrar” con lo que no estaba previsto. Como dice Barthes: el deseo es lo que hace tambalear el lenguaje.
4. Aceptación de que el deseo fluctúa
En relaciones largas, hay momentos de mucha conexión y otros de sequía. Aceptar eso sin dramatismo, pero con honestidad, es clave. No todo silencio es ruptura: a veces es latencia.
5. Reactivarlo desde lo interno
Cuando esa “vibración interna” no se siente con la pareja, a veces no es el otro el problema, sino que uno se ha desconectado de su propio cuerpo, deseo o vitalidad. Recuperarlo puede empezar por uno mismx: sentir, explorar, moverse, imaginar. Desde ahí, reencontrarse.
En resumen: el deseo en una relación larga sigue sin seguir la lógica. Pero si se lo cuida como se cuida un fuego —con aire, chispa y presencia—, puede sostenerse de forma viva.
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